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martes, 22 de noviembre de 2022

Santa Cecilia, Virgen y Mártir

 

22 de noviembre

Esta Santa, tan a menudo glorificada en las bellas artes y en la poesía, es una de las Mártires más veneradas de la antigüedad cristiana. La más antigua referencia histórica a Santa Cecilia se encuentra en el «Martyrologio Jeronimiano»; y de él se deduce que su fiesta se celebraba en la iglesia romana en la cuarta centuria, aunque su nombre aparece en fechas diferentes en ese mismo martirologio. 

La fiesta de la Santa mencionada el 22 de noviembre -día en el cual es celebrada en la actualidad-, fue la utilizada en el templo dedicada a ella del barrio del Trastévere, en Roma. Por consiguiente, su origen probablemente se remonta a esta iglesia.

Las primeras guías medievales (Itineraria) de los sepulcros de los Mártires romanos, señalan su tumba en la Via Appia, al lado de la cripta de los Obispos romanos del siglo tercero (De Rossi, Roma Sotterranea, I, 180-181).

De Rossi localizó el sepulcro de Cecilia en las catacumbas de Calixto, en una cripta adjunta a la capilla de la cripta de los Papas. Un nicho vacío en una de las paredes, que una vez contuvo, probablemente, el sarcófago con los restos de la Santa. Entre los frescos posteriores que adornan la pared del sepulcro, aparece dos veces la figura de una mujer ricamente vestida, y el Papa Urbano, quién tuvo una estrecha relación con la Santa según las Actas del martirio, aparece una vez.

El antiguo templo titular arriba mencionado, se construyó en el siglo cuarto y todavía se conserva en el Trastévere. Este templo estaba ciertamente dedicado en el siglo quinto a la santa enterrada en la Vía Appia; es mencionado en las firmas del Concilio romano de 499 como «titulus sanctæ Cæciliæ» (Mansi, Coll, Conc. VIII, 236). 

Así como algunos otros antiguos templos cristianos de Roma fueron un regalo de los Santos cuyos nombres llevan, puede deducirse que la iglesia romana debe este templo de Santa Cecilia a la generosidad de la propia Santa. En apoyo de este punto de vista es de notar que la propiedad bajo la cual está construida la parte más antigua de la verdadera catacumba de Calixto, probablemente perteneció, según las investigaciones de De Rossi, a la familia de Santa Cecilia (Gens Cæcilia), y pasó a ser, por donación, propiedad de la iglesia romana.

En el «Sacramentarium Leonianum», una colección de misas completada hacia el final del siglo quinto, se encuentren al menos cinco misas diferentes en honor de Santa Cecilia, lo que testifica la gran veneración a la Santa que la Iglesia romana tenía en ese momento.

Las «Actas del Martirio de Santa Cecilia» tienen su origen hacia la mitad del siglo quinto, y han sido transmitidas en numerosos manuscritos, así como traducidas al griego. Fueron asimismo utilizadas en los prefacios de las misas del mencionado «Sacramentarium Leonianum». 

Ellas nos informan que Cecilia, una virgen de familia senatorial y cristiana desde su infancia, fue dada en matrimonio por sus padres a un noble joven pagano, Valeriano. Cuando, tras la celebración del matrimonio, la pareja se retira a la cámara nupcial, Cecilia cuenta a Valeriano que ella está comprometida con un ángel que celosamente guarda su cuerpo, por lo que Valeriano debe tener cuidado de no violar su virginidad. 

Valeriano desea ver al ángel, y Cecilia le manda ir a la tercera piedra miliaria de la Via Appia, donde se encontrará con el Obispo de Roma, Urbano. Valeriano obedeció, fue bautizado por el papa y regresó a Cecilia hecho cristiano. Entonces se apareció un ángel a los dos y los coronó con rosas y azucenas. 

Cuando Tiburcio, el hermano de Valeriano, se acercó a ellos, también fue ganado para Cristo. Como celosos hijos de la Fe ambos hermanos distribuyeron ricas limosnas y enterraron los cuerpos de los confesores que habían muerto por Cristo. 

El Prefecto, Turcio Almaquio, los condenó a muerte. El funcionario del Prefecto, Máximo, que fue designado para ejecutar la sentencia, se convirtió y sufrió el martirio con los dos hermanos. Sus restos fueron enterrados en una tumba por Cecilia. 

Ahora la propia Cecilia fue buscada por los funcionarios del Prefecto. Después de una gloriosa profesión de fe, fue condenada a morir asfixiada en el baño de su propia casa. Pero, como permaneciera ilesa en el ardiente cuarto, el Prefecto la hizo decapitar allí mismo. El verdugo dejó caer su espada tres veces sin que se separara la cabeza del tronco, y huyó, dejando a la virgen bañada en su propia sangre.

Vivió tres días más, hizo disposiciones en favor de los pobres y ordenó que, tras su muerte, su casa fuera dedicada como templo. Urbano la enterró entre los Obispos y los confesores, es decir, en la catacumba Calixtina.

El relato como tal carece de valor histórico. Es una leyenda piadosa, como tantas otras recopiladas en los siglos V y VI (y que recurren a los mismos moldes y recursos narrativos). Sin embargo la existencia misma de los mencionados Mártires, es un hecho histórico fuera de toda duda razonable. 

La relación entre Santa Cecilia y Valeriano, Tiburcio y Máximo, mencionados en las Actas, tienen quizá algún fundamento histórico. Estos tres Santos fueron enterrados en las catacumbas de Pretextato en la Via Appia, donde sus tumbas se mencionan en las antiguas guías de peregrinos («Itineraria»).

No conocemos la fecha en que Cecilia sufrió el martirio, ni puede deducirse nada de la mención de Urbano; el autor de las Actas, sin autoridad alguna, simplemente introdujo el conocido nombre de este confesor (enterrado en la catacumba de Pretextato) a causa de la proximidad de su tumba a la de los otros Mártires y lo identificó con la del Papa del mismo nombre. 

A su vez el autor del «Liber Pontificalis» usó las Actas para referenciar a Urbano. Las Actas no ofrecen ninguna otra indicación del tiempo del martirio. Venancio Fortunato (Miscellanea, 1, 20; 8,6) y Adón (Martirologio, 22 noviembre) sitúan el momento de la muerte de la Santa en el reinado de Marco Aurelio y Cómodo (aproximadamente el 177), y De Rossi intenta demostrar este dato como el más seguro históricamente. 

En otras fuentes occidentales de la baja Edad Media y en el Synaxario griego, se sitúa en la persecución de Diocleciano (inicios del s. IV). P.A. Kirsch intentó fijarlo en el tiempo de Alejandro Severo (229-230); Aubé, en la persecución de Decio (249-250); Kellner, en el de Juliano el Apóstata (362). 

Ninguna de estas opiniones está suficientemente establecida, ni las Actas ni otras fuentes ofrecen la evidencia cronológica requerida. La única indicación temporal segura es la localización de la tumba en la catacumba de Calixto, en inmediata proximidad a la antiquísima cripta de los Papas, en la fueron enterrados, probablemente, Urbano y, ciertamente, Ponciano y Antero. 

La parte más antigua de esta catacumba fecha todos estos eventos al final del siglo segundo; por consiguiente, desde ese momento hasta la mitad del siglo tercero es el período posible para el martirio de Santa Cecilia.

Su iglesia en el barrio del Trastévere de Roma fue reconstruida por Pascual I (817-824), en cuya ocasión el papa deseó trasladar allí sus reliquias; al principio, sin embargo, no pudo encontrarlas y creyó que habían sido robadas por los lombardos. En una visión Santa Cecilia lo exhorta a continuar la búsqueda porque había estado ya verdaderamente cerca de ella, es decir, de su tumba. 

Él entonces renovó la investigación y pronto el cuerpo de la Mártir, cubierto con costosos adornos de oro y con su ropa empapada en sangre hasta los pies, fue encontrado en la catacumba de Pretextato.

Debieron ser llevados allí desde la catacumba de Calixto para salvarlos de los primeros saqueos de los lombardos en las cercanías de Roma. Las reliquias de Santa Cecilia, con las de Valeriano, Tiburcio y Máximo, y también las de los Papas Urbano y Lucio, fueron exhumadas por el Papa Pascual, y enterradas nuevamente, esta vez bajo el altar mayor de Santa Cecilia en el Trastévere. 

Los Monjes de un Convento fundado en el barrio por el mismo Papa, fueron encargados de cantar el oficio diario en esta basílica. La veneración por la santa mártir continuó extendiéndose y se le dedicaron numerosas iglesias. 

Durante la restauración del templo, en el año 1599, el cardenal Sfondrato examinó el altar mayor y encontró debajo el sarcófago con las reliquias que el papa Pascual había trasladado. Excavaciones de fines del siglo XIX, ejecutadas a instancias y a cargo del Cardenal Rampolla, descubrieron restos de construcciones romanas, que habían permanecido accesibles.

Las representaciones más antiguas de Santa Cecilia la muestran en la actitud usual de los Mártires en el arte cristiano de los primeros siglos: o con la corona del martirio en su mano (por ejemplo en San Apolinar la Nueva, en Rávena, en un mosaico del siglo VI) o en actitud de oración (por ejemplo las dos imágenes, de los siglos VI y VII, de su cripta). 

En el ábside de su iglesia en el Trastévere todavía se conserva el mosaico hecho bajo el Papa Pascual, en el que es representada con ricos vestidos, como protectora del Papa. Los cuadros medievales de la Santa son muy frecuentes. Desde los siglos XIV y XV se le asigna un órgano musical como atributo, o se le representa como tocando el órgano, o más tarde otros instrumentos, lo que está relacionado con su carácter de Patrona de la música sacra, tal como fue proclamada por la Academia de Música de Roma en 1584. 

Cantad a Dios con maestría y con júbilo

De los comentarios de San Agustín, Obispo, sobre los salmos. Salmo 32

Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Despojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico. 

El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que debe cantar el cántico nuevo.

Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría. Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. El no admite un canto que ofenda sus oídos. Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan perfectos?

Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. 

Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.

El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.

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